Cabe señalar que yo quedé en 5ª posición de mi categoría con un tiempo de 5 horas y 22 minutos y Pablo 6º de la suya con 5 horas y 12 minutos.
En fin, los dos poceros partíamos del poblado el sábado a las 6:00 junto a Antonio, corredor amigo de Pablo (y desde hoy amigo mío), dirección Santiponce con más frío que un pajarillo chico. Ya en la localidad recogimos dorsales, desayunamos y nos fuimos preparando para intentar que no nos pillara el toro, cosa que no solo ocurrió sino que fue para nota.
A las 8:30 se dio la salida con Pablo aún sin dorsal, yo intentado ponérselo corriendo a la vez… Vamos que nos tuvimos que parar y prepararnos adecuadamente para continuar la carrera con varios minutos de retraso (no vamos a aprender en la vida).
Desde el principio fuimos marcando un ritmo que nos
hiciera ir cómodos, 5:40, lo que nos hizo ir adelantando a multitud de atletas
bajo el frío de la mañana. La salida era desde un lugar histórica: la misma
puerta de la ciudad romana de Itálica. Me imagino que, como yo, muchos habréis ido
con la escuela…
Y continuamos por la vía verde de Itálica, recorrido
llano que aprovechamos para ir conversando. Sobre el kilómetro 17 Antonio
decidió bajar el ritmo, y nos hizo seguir al nuestro, sabedor de tener así más
probabilidad de éxito y finalizar la carrera en buen estado.
¡Me cago en tó! En el primer avituallamiento sólido,
sobre el kilómetro 20, al pegarle un bocado a un casco de naranja se me pone el
diente postizo mirando para La Meca (pido perdón si molesto a algún musulmán,
no quiero conflictos religiosos). Vamos, que me entretengo poniéndome
medianamente el diente en su sitio y continuamos para adelante (aunque ya
tendría durante toda la carrera trozos de naranja, así como de chocolate entre
los dientes, se podría decir que estuve bien nutrido).
Los kilómetros fueron pasando alegremente, mucho más
cuando Pablo me dijo que eran 50 los kilómetros cuando yo pensaba que eran 55
(me quitaba 5, ¡qué alegría!), hasta que sobre el 32 Pablo, que se había parado
anteriormente a estirar, mantuvo el ritmo y yo fui quedándome un poco atrás,
presa de lo que llaman “el muro de los 30”. Aún así no me vine abajo y con la
cabeza fría pasé por los 42 kilómetros en 4 horas y 1 minuto.
Parecía que mejoraba mi ánimo, pero para mi sorpresa
llegó lo que se esperaba: el arroyo que me había contado Pablo que había que
cruzar, ¡vaya tela! Si no fuera ya suficientemente cansado, ahora toca colgarse
como los monos o saltar cual gacela en peligro. Me decidí por… ¡por ninguna de
las dos! Voy a ver si soy capaz de levitar y no mojarme, ¡los cojones! Casi
hasta las rodillas.
Pero, como dice el refrán, no hay mal que por bien no
venga, pues me refrescó las piernas. Fueron cayendo los kilómetros 47, 48, 49… y no terminaba nunca. ¡Pablo yo
te mato!
¿Conque 50? Cuando comencé a callejear por Santiponce y
no veía la meta me desanimé y fui andando hasta que, al torcer una esquina,
allí estaba el arco de meta en el kilómetro 52.
Allí estaba ya Pablo, “La Máquina”, estirando en la
camilla con los fisios, cosa que imité y padecí unos minutos, pues el hielo que
me pusieron me hizo temblar hasta el punto que los fisios se partían de la
risa. ¡Pero me sentó de miedo!
Ahora venía lo peor: el coche se encontraba a unos 2’5
kilómetros y yo no pensaba ir andando, más que nada porque no hubiese sido
capaz, así que mendigamos un poco de caridad hasta que un amable caballero nos
acercó (daré gracias a esta persona el resto de mi vida). Nos abrigamos, nos
dirigimos en el vehículo a meta y esperamos a que llegara Antonio, que lo hizo
en algo menos de 7 horas, alegrándonos de que hubiera terminado el recorrido.
Así, tras recoger la tercera parte de un cuadro de
cerámica con el que se premia a todos los corredores que finalizan la prueba,
nos volvimos para Córdoba, parándonos a medio camino para realizar un tentempié
compuesto por la magnífica tortilla y filetes empanados que nos prepara la
madre de Pablo en todas nuestras aventuras kilométricas. Con leche de soja, ¡flipo!
Crónica ofrecida por Cheo, Cronista Oficial.
Gracias Cheo pero fue 7h08 y vi chiribitas y un ángel sin alas, o las llevaba tapadas, al cual tuve el valor (escudándome en mi inicio de deshidratación) de preguntar si era real, lo que hizo que se partiera el culo de risa
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